"La biblioteca de la universidad era un espacio alto y precioso, proyectado, construido y costeado por personas que creían que quienes se sentaban a las mesas alargadas ante los libros abiertos -incluso los que estaban con resaca, adormilados, resentidos o perplejos- debían tener un espacio por encima de sus cabezas, paneles de madera oscura y reluciente a su alrededor, ventanas altas bordeadas de admoniciones en latín por las que mirar el cielo. Debían disfrutar de eso durante unos años antes de meterse a dar clases o en los negocios o de empezar a criar hijos. Ahora me tocaba a mí y yo también debía disfrutarlo.
Estaba haciendo un buen trabajo. Probablemente me pondrían un sobresaliente. Seguiría haciendo trabajos y sacando sobresalientes porque era capaz de hacerlo. La gente que concedía becas y que construía universidades y bibliotecas seguiría soltando dinero para que yo pudiera hacerlo.
Pero no era eso lo que importaba. Eso no iba a evitar que me hicieran daño."


Del cuento genial de Alice Munro, "El filo de Wenlock":


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