Excentricidades y rutinas de los grandes creadores: rituales de escritura

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Nabokov y su ritual de escritura diario

Maniáticos y ordenados

Contra la creencia más o menos generalizada, son legión los artistas que se atienen a una rutina estricta. Los escritores norteamericanos se llevan la palma en este terreno.
Stephen King trabaja todos los días del año, incluidos festivos, a partir de las ocho de la mañana, y no se permite levantarse hasta haber producido 2.000 palabras. Para John Updike, una rutina sólida "te protege de darte por vencido", y por eso es tan regular como "un dentista que taladra dientes todas las mañanas". 
Isaac Asimov  interiorizó de tal modo el horario de trabajo en la tienda de caramelos de su padre, que trabajó toda su vida de seis de la mañana hasta la una de la madrugada del día siguiente.
Charles Dickens necesitaba un silencio absoluto para escribir y su estudio tenía que estar escrupulosamente organizado, con el escritorio frente a la ventana y, sobre él, sus plumas de ganso y tinta azul junto a un jarroncito de flores frescas, un abrecartas, una bandejita con un conejo encima y dos estatuitas de bronce. 
Los hijos de Thomas Mann tenían prohibido hacer ruido entre las nueve de la mañana y mediodía; el novelista alemán escribía sólo en ese lapso y todo lo que llegara después debía esperar al día siguiente.
 Para evitar interrupciones, Tolstoi se aseguraba de que todas las habitaciones contiguas a su estudio estuvieran cerradas con llave antes de sentarse a escribir.
Otros autores son igualmente ordenados, pero pueden concentrarse en cualquier circunstancia. Saul Bellow, que se considera "un burócrata" entre los escritores, podía crear mientras atendía llamadas de sus editores y agentes de viaje, amigos y estudiantes; para recuperar la concentración le bastaba, decía, con hacer el pino.
La escritora latinoamericana Isabel Allende, inicia todos sus nuevos libros el día 6 de enero posterior al festejo de reyes, y bajo su computadora no puede faltar el ejemplar de Cien años de soledad de García Márquez y Canto general de su compatriota el poeta Pablo Neruda y unas cuantas velas para convocar su protección inspiradora.
Pese a su espalda maltrecha, Oliver Sacks puede estar 36 horas seguidas escribiendo si está en vena.

Caóticos y desenfrenados

Agatha Christie escribía en cualquier sitio, lo mismo le daba la encimera de mármol del lavabo que la mesa del comedor. 
Simenon podía pasarse meses sin trabajar y luego le salían 80 páginas de un tirón. 
La rutina creativa de Samuel Beckett cuando estaba en racha mereció de Paul Strathern el siguiente comentario: "Su vida entera giraba en torno a su casi psicótica obsesión por escribir".

Vicios

Para muchos artistas crear es sufrir, y el alcohol y las pastillas se convierten para ellos en peligrosos aliados: la misma poción que te ayuda a trabajar al final se hace imprescindible para que puedas trabajar... 
Faulkner era dependiente del whisky; John Cheever, que durante un tiempo logró atenerse a la rutina de bajar en traje a los trasteros de su edificio y ponerse allí a escribir en calzoncillos, vio cómo poco a poco sus sesiones de escritura eran cada vez más cortas mientras que la hora de los cócteles comenzaba cada vez más temprano.
Louis Armstrong fumaba abiertamente marihuana -gage, como él la llamaba- durante sus giras interminables, en tanto que Sartre era adicto al alcohol, los barbitúricos y  una mezcla de anfetaminas y aspirina que Francia no prohibió hasta 1971. 
Truman Capote admitía que no podía pensar sin un cigarrillo entre los dedos y algo de beber: «Según avanza la tarde, me paso del café al té con menta, al jerez, a los martinis»..
Balzac podía trasegar 50 tazas de café diarias para concentrarse.
Franzen escribió' Las correcciones' a oscuras, con tapones en los oídos y los ojos vendados.
Woody Allen afina los argumentos de sus películas durante duchas de 45 minutos.

Escritores yacentes

Una rara estirpe de creadores, generalmente escritores, tiene por costumbre trabajar en posición horizontal, como Juan Carlos Onettiel propio Capote, que incluso mecanografiaba en la cama, con la máquina de escribir en equilibrio sobre las rodillas. 
Proust escribía exclusivamente en su lecho, con el cuerpo tumbado y la cabeza levantada por dos almohadones. 
Nabokov comenzó su carrera escribiendo y la terminó haciéndolo en un sofá en un rincón del estudio.De joven,  prefería escribir en la cama mientras fumaba constantemente, pero al hacerse más viejo sus hábitos cambiaron. Los hábitos de trabajo del novelista ruso tenían fama de peculiares. Desde 1950, empezó a componer sus borradores a lápiz en fichas a rayas, que guardaba en largos ficheros. Como Nabokov visualizaba una novela en su totalidad antes de empezar a escribirla, este método le ayudaba a componer pasajes de manera no secuencial, en cualquier orden que se le antojase; barajando las fichas, podía reorganizar rápidamente párrafos, capítulos y secciones enteras del libro.
Artistas a ratos perdidos
Alice Munro, reciente Premio Nobel, tuvo que contentarse con escribir en el rato en que su hija mayor estaba en el colegio y la pequeña dormía la siesta.
Umberto Eco se lamenta de las múltiples interrupciones que sufre cuando está en Milán o en la universidad: "Siempre hay alguien que decide lo que tengo que hacer". 
Kafka relataba que no podía sentarse a escribir hasta las once y media de la noche; continuaba, en función de sus "fuerzas, inclinación y suerte", hasta las dos o las tres de la madrugada, alguna vez incluso hasta las seis. A la mañana siguiente, en la oficina, estaba tan agotado que apenas podía ponerse a trabajar y soñaba con acurrucarse a dormir en un carrito "con forma de ataúd" que usaban para transportar documentos. Durmiendo tan poco, ¿a quién pueden extrañarle sus libros de pesadilla?
En una carta que escribió a un amigo, Melville contó algo sobre su rutina diaria de trabajo, es quizás el único registro que existe de su vida personal. En ese momento, se hallaba inmerso en su novela Moby Dick.
Me levanto a las ocho y voy hasta mi establo, le doy los buenos días a mi caballo y su desayuno. (Me pesa tener que dárselo frío, pero no puedo hacer otra cosa). Luego, le hago una visita a mi vaca, corto alguna calabaza para dársela y me paro a contemplarla comer, pues es una visión placentera ver una vaca moviendo las mandíbulas, ya que lo hace tan humildemente y con tanta santidad. Una vez que he desayunado yo también, me voy a mi cuarto de trabajo y enciendo la estufa, luego coloco el manuscrito sobre la mesa, le echo un vistazo sumario, y pongo manos a la obra con todo mi empeño. A las dos y media escucho en la puerta el toque convenido, que a petición mía, continúa hasta que me levanto a abrir, lo cual resulta un modo eficaz de sacarme de mi escritura, por absorto que esté en ella. Ahora mis amigos el caballo y la vaca exigen su cena y voy a dársela. Habiendo cenado yo también, preparo el trineo y con mi madre o hermanas parto haci el pueblo, y si fuere un mundo del día literario. grande es nuestra satisfacción. Mis noches las paso en una suerte de trance hipnótico, sin poder leer, solo hojeando alguna que otra vez algún libro en letra grande.

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