¿Querés aprender a escribir literatura? Lee a Capote

Un escritor puede aprender mucho de otro escritor. Pero si ‘ese otro’ es Truman Capote… lo más sensato que puede hacer cualquier escritor es echar mano de bolígrafo y papel y tomar nota. Tras leer los Cuentos completos que con buen criterio –y mejor olfato– editó Anagrama, uno llega a la conclusión de que, sencillamente, Capote fue un grande de las letras. No tanto por lo que cuenta, sino sobre todo por cómo lo cuenta. Y es en este punto donde el escritor se pregunta por qué esta recopilación de cuentos es tan buena. O para decirlo en términos más prácticos: qué hace que la forma de escribir de Capote sea tan especial.
Así que… empecemos con la ‘deconstrucción’ de Capote.
Si algo tienen los personajes de los cuentos de Capote es que nunca son convencionales. Casi todos ellos, y en casi todos los casos, tienen una ‘tara’, ya sea una anomalía física o una excentricidad de la personalidad. Se diría incluso que Capote reniega de la ‘normalidad’. Y si un personaje corre el riesgo de serlo, el escritor se apresura a aplicarle la tara preceptiva, como el pintor despistado que, al contemplar su obra casi acabada, se da cuenta de que ha olvidado estampar su firma.
Se diría que esta regla es válida para todos sus relatos sin excepción, a veces de forma más explícita y otra menos evidente. Un ejemplo clarísimo es el relato ‘La botella de plata’ –escrito, por cierto, cuando Capote contaba veintiún añitos–­. Nadie en este relato se libra de esa ‘tara’: desde el viejo egipcio Hamurabi, cuyo oficio era “más o menos dentista”, hasta el niño Appleseed, que cree tener poderes adivinatorios, pasando por su desdentada hermana Middy. En ‘mi versión del asunto’, un joven adolescente abandona su Mobile natal para contraer matrimonio con una jovencísima esposa, y a partir de entonces deberá lidiar con una familia de auténticas enfermas mentales. En ‘Profesor Miseria’, una oficinista soltera y solitaria se aventura a vender sus sueños a un enigmático investigador que está dispuesto a pagar por ellos, y allí conoce a otro vendedor de sueños borracho y abandonado. En ‘Un recuerdo navideño’, una anciana y un niño de siete años forman equipo para elaborar pasteles de whisky en plena ‘ley seca’. La lista se extiende y uno diría que hay tantos personajes estrafalarios como relatos escritos por Capote.
El poder descriptivo es otra de las grandes armas de Capote. Esto no significa que se detenga en largas y detalladas descripciones; más bien al contrario: como buen periodista, liquida con certeras pinceladas las descripciones de sus personajes. Suelen ser descripciones poco habituales, inesperadas, y quizá aquí radica el interés que de forma permanente consigue mantener en el lector. En ‘Un árbol de noche’, una joven estudiante comparte vagón en el tren junto a una mujer que describe así: “como muchas personas de baja estatura, tenía una constitución deforme; en su caso la cabeza era demasiado grande, realmente inmensa (…). Los grandes ojos bovinos miraban de soslayo como si desconfiaran de lo que estaban viendo. Se notaba mucho que llevaba el pelo teñido de rojo, y lo tenía rizado en gruesos tirabuzones quemados”. En otro de sus relatos aparece un temible personaje llamado Mr. Jajá, irónica alusión a su escaso sentido del humor. El narrador de la historia –un niño atemorizado– asegua que es “un gigante que lanza miradas llameantes con sus satánicos ojos rasgados”.
La elección del narrador es precisamente otro de sus aciertos habituales: Capote no parece tener predilección por un narrador en concreto. Utiliza a su antojo narradores omniscientes, la primera persona o la tercera, la voz de un niño o la de un viejo negro. Tanto le da, porque maneja con auténtico oficio el arte de narrar. Es fácil imaginar a Capote como un experimentado golfista que elige el palo adecuado para cada golpe. Lo importante es el swing: y eso a Capote le sobra.
¿Cuántas veces hemos arruinado un relato o novela por querer darle la enésima vuelta de tuerca? Capote nos da una interesante lección en este punto. No necesita grandes acontecimientos para elaborar una historia. En ‘La botella de plata’, el propietario de un bar arruinado decide llenar con monedas una botella de vidrio y conceder un fabuloso premio a quien acierte la cantidad exacta. Esa es el punto de partida y el eje del cuento. Todo lo demás lo ponen sus personajes con ‘tara’. En ‘Miriam’, una solitaria mujer conoce a una pequeña niña desvalida en la cola del cine… y eso es todo. Pero Capote se las ingenia para que la pequeña Miriam se convierta en una amenaza letal para la mujer. En ‘Un visón propio’, toda la historia se reduce a dos mujeres que se reencuentran tras años sin verse. Con todo, es un cuento repleto de matices.
Truman Capote es, en definitiva, un artista del relato, un maestro de la narración. Un periodista que fue más allá de su oficio y supo elevar sus escritos a la categoría de arte. Lo hizo con una escrupulosa capacidad de observación, miles de horas de dedicación y, sobre todo, una imaginación siempre al servicio de la trama. Nada de estridencias; ningún elemento gratuito en el relato: todo tiene un porqué en sus cuentos. Y esa suma de cosas le hacen único. O casi.

Entradas populares