Grupo de motivación creativa: escritura colectiva

AUDIO


Un libro, un cigarrillo encendido y una taza blanca llena de café descansaban sobre la mesita del living. El televisor prendido, en silencio, mostraba imágenes que poco importaban a quien se encontraba en el sillón mirando un punto fijo a través de la ventana.
En el patio, observó que las hormigas rojas subían en interminables caminos, era angustioso verlas, pero sólo se inquietó cuando encontró minuciosas telas de araña horizontales.
 Permaneció  inmóvil,  con la misma expresión en el rostro que horas atrás. Parecía no estar ahí.  De improvisto tomó un paquete abierto de cigarrillos y salió de la casa.
El aire tenia un olor desconocido, nada se movía y la última luz amarillenta recortaba los edificios del gris temeroso del fondo.
Esperás este salto hace tantísimo tiempo, que deje de oír tu voz y vos puedas conocer la mía, que te reclame desde la playa frente a tu bravura y te pida explicaciones por lo irregular turbulento, lo mío, desde la oscuridad misma de su interior.
Lo interrumpió una anciana empapada, buscando a su perro. Levantó la mirada, entre una bruma apestosa, personas grises caminaban sin rumbo. En el fondo, las casas eran transparentes. Abajo, el asfalto era porcelana.
Se dejó llevar por la bajada y por la fascinación de la niebla. Contuvo un grito al ver las caras aterradas de aquellos primeros abominables. Una parte de él quería huir, sin embargo una descarga atroz de adrenalina lo empujó al origen de aquel espanto.
Como caminar ciego en un mar incorpóreo y escuchar rugir olas inmensas.
Sus ojos intentaban acostumbrarse a la penumbra. Sus pupilas vieron pasar gran cantidad de gárgolas que huían de plaza.
Se preguntó: ¿Qué mal hemos hecho? ¿Por qué nos castigan? ¿En el futuro usarán esto para explicar designios divinos? ¿Dirán que esta ciudad estaba llena de corruptos y lujuriosos?
Sin dejar de pensar en aquello que le daba vueltas en la cabeza desde hacía días, bajó las escaleras y caminó por la arena en dirección al mar. Las olas rompían a lo lejos, bajo el grito de las gaviotas que pasaba. Siguió caminando hasta llegar cerca de la orilla y se sentó.  Metió apurado lo mano en el bolsillo.
Sólo si logro encender un cigarrillo estaré a salvo. La luz fugaz del fósforo, la huida de las quimeras.
Lo prendió y saboreó el gusto del tabaco. Todo lo que había querido y en todo lo que había creído hasta ese momento, ya no existía.
Hace mucho que partió el dragón de los ojos como soles, me decís, y continúas, ahora te toca calmarme en lo profundo, sin ayuda, en la noche más cerrada. Se te hizo tarde, no lograste convencerlos de tu urgencia, pasó la postal de arenas de oro, llegaste a tu deseo y ningún deseo que se precie se parece a una postal.
Agua, o algo líquido alcanzo sus tobillos. No pudo encender otro fósforo. Los ruidos de los muros fracturándose crecían, y el agua llegaba a sus rodillas. Aturdido intentó alejarse, pero el pavor desconectó mi mente.
En el sube y baja del líquido turbio y monstruoso, pudo vislumbrar un cofre flotando. Pataleó hasta el objeto, como si él fuera una isla perdida en el océano de la mugre.
Después del último maremoto se formó una olla que alimentaba miserias, la crucé a nado, sin llegar, porque entre el todo y la nada se diluyó la cruz del sur y me caí del cielo.
Llueve de abajo hacia arriba, vuelan los peces, las vacas, nada veo, pero todo esta aquí.
Los ojos se me cierran del cansancio, se apagan los  ruidos de la agonía.

Aun entumecida, comencé a moverme. Era de día. Estaba al borde del agua. Había niebla, pero pude reconocer las torres de la catedral, como dos islas de escombros en aquel mar volcánico.
Sonreí en mi agnosticismo, hasta que recordé el cofre incrustado en el brazo. Brillaba por el exceso de barniz. Destrabé la tapa y lo abrí. Las cosas ahí dentro estaban secas, incluso agrietadas.
Los edificios intactos tenían las luces de las oficinas encendidas como si no fueran parte de la misma ciudad después de la catástrofe.
Caminé lento hacia la diagonal, los micros doblan, llenos de pasajeros indiferentes. Giro y una plaza enorme sin agua y sin escombros se estampa en mis ojos. Un hombre lee el diario en un banco. Ningún indicio de la catedral. No reconozco a nadie, no puedo encontrar mi casa. Ando un poco a la deriva. Cruzo la calle y camino al sol. Todavía en mi mano, apretada, una caja húmeda de fósforos. Paso los dedos nerviosamente por la superficie negra y áspera. Me detengo con la mirada perdida. Quiero recordar, pero me agoto y me invade una tristeza honda.

Cierro la ruana sobre mi pecho para seguir el camino costero salpicado de estrellas. Las presencias se van agrupando en la cercanía invisible sin perturbarme, parece que ya me sienten, un sapo más en el pozo.

Autores: 
Ailin Galiñanes- Marian Castillo-Judith Piermaria- Josefina Bodnar- Patricio Knight
(integrantes del grupo motivación literaria  Narrativa, 2011-2014)
               ©  en nombre de sus autores, Taller de palabras Circulodefuego
Queda expresamente prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización previa correspondiente.

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