Prendas literarias

PRENDAS LITERARIAS
tu collar de perlas y en la naturaleza de ese objeto con que metaforizaste.

" Todos sabemos como se hacen las perlas. Cuando accidentalmente entra un poco de arenisca entre las valvas de una ostra, la ostra enquista, y segrega cantidades de un mucus espeso , suave , que se endurece en capa sobre capa microscópica sobre la irritación extraña hasta que se convierte en un objeto bello , perfectamente suave, redondo , duro y brillante. De esta manera la ostra transforma la arenisca y a sí misma en algo nuevo, transformando la intrusión del error o de lo foráneo hasta hacerlo formar parte de su sistema, completando la gestalt según su propia naturaleza de ostra .

Si la ostra tuviera manos, no habría perla . La perla llega a nacer porque la ostra esta obligada a vivir con la irritación durante un lapso extenso"


de Free Play. Stephen Nachmanovitch.



En torno a unos zapatos

La primera vez que supe que sería mortal como mi padre, como aquellos zapatos negros en una bolsa de plástico, como el cubo de agua donde entraba y salía la fregona que restregaba el pasillo del hospital, yo tenía poco más de 20 años. Era joven, viejísimo. Por primera vez supe, mientras las estelas de claridad iban borrándose del suelo, que la salud es una película muy fina, un hilo de humedad que se evapora con el pasar de los pasos. Ninguno de esos pasos eran los de mi padre.
Mi padre siempre había caminado de manera extraña, muy veloz y al mismo tiempo torpe. Cuando iniciaba sus caminatas, uno nunca sabía si iba a tropezarse o echar a correr. A mí me gustaban esos andares. Sus pies planos y duros se parecían al suelo que pisaba, al suelo del que huía.
Los pies planos de mi padre ahora eran cuatro, se habían repartido en dos lugares distintos: en la camilla del quirófano (unidos por los talones, ligeramente abiertos, evocando una irónica V de victoria) y dentro de aquella bolsa de plástico (a modo de recuerdo en sus zapatos, imponiendo su molde al cuero). La enfermera me la entregó como se entregan unos desperdicios. Me quedé mirando el suelo con la bolsa entre las piernas, atendiendo al tablero cambiante de las baldosas, tratando de entender qué había que entender en todo eso.
Me quedé sentado ahí, frente a las puertas del quirófano, esperando noticias o temiendo las noticias, hasta que abrí la bolsa y saqué los zapatos de mi padre. Me levanté y los puse en el centro del pasillo, como un obstáculo o una frontera o un accidente geográfico. Los posé cuidadosamente, procurando no alterar sus bultos originales, la protuberancia de los huesos, su forma ausente. Al rato una enfermera apareció, atravesó el pasillo, eludió los zapatos y siguió de largo. El suelo resplandecía. Entonces la limpieza me dio miedo. Me pareció una enfermedad, una impecable bacteria. Me agaché. Avancé a gatas, sintiendo el roce, el daño en las rodillas. Y guardé los zapatos en la bolsa. Apreté el nudo lo más fuerte que pude.
Ese día mi padre se salvó por la punta de un dedo. Pero aquellos zapatos los conservo en casa y, de vez en cuando, me los pruebo. Cada día me quedan mejor.
Andrés Newman


Abrí el cajón y lo vi…
Vicenta Pérez Ripoll

   El precioso mantel de hilo blanco.  Aquel mantel de hilo que mamá reservaba para las grandes ocasiones como los cumpleaños, las fiestas navideñas y algún aniversario. Estaba ahí. Y deberá tener como unos cien años aunque ignoro cómo llegó a sus manos, si sé cuánto lo cuidaba. Solía, cada tanto, lavarlo para quitarle la amarillez que adquiere la ropa blanca cuando lleva un tiempo guardada.
 Antes de hacerlo preparaba una parva de panqueques y luego a mis pequeños hermanos y a mi,  nos hacía vestir con nuestras mejores ropas y nos llevaba al comedor y reunirnos alrededor de  la enorme mesa de roble, vestida de gala con aquel mantel de hilo blanco bordado en punto inglés con sus aplicaciones de encaje y toda esa puntilla bordeando el ruedo. Sobre ella relucían dispuestas para la ocasión, las tazas de aquel juego de porcelana. Entonces, ella nos decía: “hoy vamos a estar como de visita, quiero que cuiden mucho los modales, el mantel y la vajilla.”  Y luego servía un rico chocolate con panqueques.
   Un día invitó a mis primas a dar un paseo que jamás olvidaré.
Había preparado sándwiches, un termo con naranjada fría, mucha fruta y una bolsa con caramelos Toffi. Y allí fuimos mi hermanito menor, las primitas y yo.
   En la parada del tranvía 22, en dirección a Quilmes, cuando pasó el  primer coche nos subió a todos y nos  acomodó en  asientos enfrentados en esos amplios bancos de lustrosa madera y se sentó junto a nosotros para no perdernos de vista. Nos describió, paso a paso, el itinerario del viaje. Cuando pasamos frente al arroyo Santo Domingo  y luego por la avenida Ramón Franco, y así nos fue haciendo conocer ese mundo desconocidos mientras endulzaba el paseo con la delicia de unos Toffi . Cuando llegamos a la costa de Quilmes, recuerdo nuestra sorpresa porque el tranvía giró en dirección contraria y mágicamente comenzó a recorrer el  mismo paseo.
Recuerdo que rumbo a Retiro, pasamos frente a nuestra casa. ¡Tantos edificios y nosotros embelesados! El cine Mitre, la plaza Alsina, el club Independiente, el puente Pueyrredón desplegándose sobre el Riachuelo. Así siguió hasta que a Retiro  donde giró nuevamente y desandamos el recorrido, vencidos por el cansancio y con la panza llena, deseábamos llegar a casa. 
El paseo duró toda la tarde por sólo 0,40 pesos  de aquel entonces, y  sólo el más pequeñito disfrutó de la travesía sin pagar.
Creo que Mamá tenía algo de maga  y que con muy poquito nos regalaba toda la felicidad.




Cuatro lapiceras
DiegoDel Roio


No estaban en mis planes ni siquiera en mis sueños.
Sabía sólo de su existencia. Un dia el destino quiso que ellas llegaran a mí.
En un estuche de cuero blanco tal cual como las había conservado todo esos años mi papá, doblado pero no quebrado. Allí estaban: un lápiz, dos bolígrafos y una pluma. Absurda herencia de un hombre de muy pocas letras y casi ninguna palabra.
Locura irracional de la vida, quizá, poner en manos de alguien, consumido por sus ansias, un tesoro tan hermoso como valioso.
Quiso Dios o quien el destino que mi viejo haya tenido que dejar este mundo para que yo atravesando los dolorosos y difíciles caminos del duelopara comprender el mensaje.
Ël que aún en su ausencia deseaba verme zarpar, que me echara a la mar, que fuera, que sea.
Si, zarpar y navegar, las aguas de la vida, sólo con cuatro lapiceras.
Y allí fui.
Dirán que estoy loco, que no razono. Tal vez ahí esté la clave, el objeto, el nudo de la plenitud.
No quiero razonar, solo ser, sentir, ir por la vida a la deriva, sin timón.Buscar a cada paso la felicidad anhelada, esa que perdí hace años, tantos que me devoró devorado la angustia y la ambición.
Ignoro si comprendí el mensaje, si todo fue simples vueltas del destino, pero si sé que solté amarras y me hice a la aventura, y que empecé a vivir la libertad y a disfrutarla, a quererla y, sobre todo, a cuidarla.
Con ayuda del lápiz recupere la sonrisa, los tonos negros y grisáceos que le dieron vida a mi rostro, a expresión a mis gestos. La mueca inerte de aquel que supe ser, desapareció.Y sin embargo, el negro del carbón lleno de color mi vida.
Con el bolígrafo y el azul cielo de su tinta, llegué hasta aquí, fue como un faro guió mis pasos hasta fascinante mundo de las palabras. Fue como aquella dulce maestra del segundo que me enseño a escribir.
Y en su bautismo salieron inesperadamente a la luz manojo de ideas, cpensamientos, orilando entre realidades y ficciones.
Tesoros escondidos que fui revelando, ocultos en la oscuridad de un fondo, bajo el manto tristede la cotideaneidad.
Y luego la pluma elegante, gallarda, solemne, con su desbordada tinta negra con la que entinté papeles, manchas en las que relucieron fragmentos de infancia, de aventuras adolescentes.que me acercaron nuevamente a aquel río, viejo amigo, río sabio, compañero yconfidente,que me fue devolviendo a la vida. Disfrutarlo hoy en sus sonidos y en sus silencios, con sus habitantes y sus soledades, sentirme en él, ser en él y contemplarlo con una mueca de infinita satisfacción. Bálsamo de mis días tormentosos, majestuoso en sus furias. Sin él, no entendería la vida.
Y las lapiceras nos mantendrán unidos.
Hoy navego en un río de tinta azul.



*Consigna: un objeto en busca de su historia



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