jugamos con el oráculo Celta horoscopo el Arbol de la vida: Yo , mi árbol




 Veintiún mil novecientos

"La lloran los sauces y la extrañan el grillo"
Elsa Bornermann

Todo cae, como caen las hojas, como cae la lluvia, como caen las lágrimas de un sauce llorón.
Así cayó Salix, abatido, cuando la última lágrima rodó por la mejilla de Hemiptero, en su último suspiro. Así cayó, de rodillas, con sus brazos como ramas arrastrando por el suelo, y sus dedos como hojas acariciándolo. Así, con la cabeza gacha y la mirada fija, cayeron también sus eternas lágrimas, empapando el tieso cuerpo de su amado. Y así, desconsolada su alma y hundido en la tierra, Salix permaneció por siglos, kilómetros, litros, años luz, medidas inmensurables de tiempos o distancias, de lágrimas caídas y cortezas rasguñadas por el viento. Así lloró sus penas de amor y amarguras, hasta que el invierno crudo acabó por petrificarlo sin piedad. Su corazón aterido, víctima de la desolación, clavado en la tierra quedó. Largo fue ese primer invierno, largos 88 días y 23 horas, largas noches donde la helada ardía en la piel de Salix, y fisuras y grietas se formaban en ella.
Sesenta inviernos pasaron y Salix ahí seguía, duro y apenado, inmóvil en el lugar donde tiempo atrás había yacido su amado, y donde ahora, sólo lágrimas y barro se veían. Sesenta años necesitó Hemiptero para volver a la tierra, para ser alma, para unirse a Dana en su misión y hacer crecer vida en su suelo. Para florecer a Salix y darle retoños a sus brazos muertos, darle capullos a sus manos y vida a su corazón. Y así, al invierno siguiente, crecieron de Salix hermosas flores amarillas opacas, largas y esbeltas como espigas, adornando su triste complexión, llenándola de vida y alma, devolviéndole algo siquiera del amor que tantas lágrimas había costado y tanto dolor le había causado.
Así, Salix volvió a vivir, volvió a dar, unido ahora eternamente a Hemiptero, regalando cada invierno sus flores de ofrenda a la Madre Tierra.

Pero no ha parado Salix de llorar, afligido por su pérdida, contándole así, a quien quiera oírlo y lo entienda, su triste historia de amor.

Sofía Salvadori (SAUCE)



              El gran manzano

En el medio del claro del bosque luce imponente con su altura , su apretado follaje y sus frutos rojos, en plena sazón que invitan a ser saboreados .
Las jóvenes de la aldea , también  imponentes por su belleza, por sus sensuales formas en la búsqueda de su pareja acompañadas por la mas sabia de las ancianas de la aldea se reúnen , debajo del gran manzano.
Al atardecer del último plenilunio del otoño, los jóvenes que también quieren formar pareja  acuden al sitio al encuentro de su posible felicidad
La anciana da instrucciones a los candidatos que obedientes se forman alrededor del tronco del manzano tomados de la mano pero mirando para afuera .
Las muchachas hacen lo mismo pero mirando para la ronda de muchachos .
Empieza una  suave canción que entonan las jóvenes al tiempo que ellas giran tomadas de la mano hacia la derecha , ellos giran a la izquierda.
Cuando ordena la anciana con golpes de su báculo, cesa la ronda y cada joven toma a la chica que tiene delante y ella debe ofrecerle una mordida de la manzana que lleva consigo con ese propósito- Luego cada pareja se interna en bosque y en la penumbra .-cómplice vencidos los pudores se sella la unión que mas tarde junto con las otras parejas serán confirmadas como marido y mujer.


Vicenta Pérez Ripoll (MANZANO)


EL MONTÍCULO Y TILO

Una explosión quieta en el campo, granada de verdes, esquirlas que me tocan.
Quizá sea una plaza en otra era.
Distintos orígenes, mismas raíces. Mi bisabuelo era del viejo continente y nos trajo,
como Sarmiento al Tilo. Dardo Rocha a La Plata y mi Abuelo llevó uno a Atalaya.
Había adquirido un predio frente al río. Lo plantó en el medio del lote.
De muy niño, de bebé ya nos conocíamos. Su tronco la teta y yo era la trenza,
luego mi madre me dejaba durmiendo bajo su sombra. De mas grande veía desde el árbola un enjambre de chicos y grandes regodeandose en las aguas. Nosotros jugábamos
a la escondida. Nunca me caí, la vez que lo iba a hacer, atrapo mi pié entre dos ramas.
Tradición y familia. Pasadas las generaciones seguimos yendo al campito,
llevaban a sus hijos y festejábamos los cumpleaños, los días sin viento.
Lo trepaba, me elevaba. Los espacios entre troncos eran tan sólidos como el tronco,
habitáculos secretos. Mi mundo, mis amigos imaginarios eran el continente.
Bajaba solo si había comida.
Mi casamiento en primavera cerca de Tilo. La genealogía se abrió como ramas, hizo de la familia relaciones no tan frondosas. Sin embargo me tomaba algunas horas el fin de semana para visitarlo,
y tomar unos mates. Mis hijos correteaban alrededor de él, ya era inmenso para treparlo.
Los miedos de padres también influían para que no lo hagan.
Jamás se construyo una casa ni siquiera un quincho. El único con cimientos allí era él. Sentía abandonarlo, pero era lo contrario. Siempre hubo un vínculo especial.
El amor nos llevara donde pertenecemos, dijo alguien.
El humus que dejo en mi fue mucho y se notaba, en el horóscopo me salió que morí, me lo dijo Freya.
El montículo a su lado era yo, esperando sus raíces, su savia sabiduría para recordar los juegos, la vista, vivir en su copa. Mi gente y Tilo hicieron el luto.
Mis hijos siguieron la costumbre de ir al río a llevar a los suyos y visitarme.
El fruto nunca cae lejos del árbol.

Alejandro Fernández (TILO)


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