Quién, cómo, por qué, cuándo: revelamos una historia





Tengo que sacar la alfombra. Me gusta la alfombra. Hay polvo. ¿Lo huelo? Se puede oler. Qué asco, es piel muerta. Y pelo. Pelo tuyo y pelo mío. ¿Habrá pelo de él todavía? Eso sería malo. Eventualmente. Mejor dejo la alfombra. Tendría que lavar los almohadones. Piel muerta de él debe haber. Pensar que solo tus ojos lo vieron todo. ¿Pasaron dos años ya? ¿Fue en agosto? Septiembre, fue en septiembre. Agosto, a fines. ¿Cómo no me acuerdo? La cicatriz. Qué suave es la piel. La letra U deforme en mi cara. Odio mi cara ahora. Y mi boca. Ahora. Ahora con la piel suave y deforme. Escucho todo lo del vecino. ¿Me habrá escuchado? Ya lo sabría. O no. Solo vos lo viste. ¿Estaré respirando su piel muerta? Me quiero duchar. Me pica la cicatriz. Ese hijo de puta. No, no estuvo bien. Si yo los escucho, ellos deben haber escuchado. Prefiero respirar tu piel muerta y tu pelo. Qué asco, al sol es un asco. Te tengo que bañar. Me quiero duchar. Qué asco el sabor metálico. ¿Cómo lo saqué de acá? El mordisco. Qué asco. Hijo De puta. Tengo que sacar la alfombra. 

 Paticio Knight 




Podía pasar horas adentro del baño. Con su reproductor de música al máximo volumen, se duchaba hasta agotar el agua caliente y después esperaba a que el vapor se deshiciera.
-Laura, ¿te falta mucho?- grito desde la cocina mientras ordeno el desastre del día anterior. Ollas, platos y fuentes sin lavar, ropa sucia que desborda el canasto. Todo es un caos.

Uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro. Es todo lo que puedo seguir de la música de fondo. No presto atención a la letra, me la sé de memoria. Es mi tema preferido de todas las bandas y todas las canciones que escuché. Habla de fotos y de recuerdos. Fotos y recuerdos son todo lo que siempre va a haber.

Cargo el lavarropas en su ciclo más largo y me acerco a la puerta del baño. El sonido de la música se vuelve abrumador. Golpeo la puerta sin obtener respuestas.
-Laura, ¿te falta mucho?- insisto- ¿Estás bien? Hace más de media hora que entraste a bañarte.

Lo único que tengo de vos es una foto que nos sacamos una tarde en la plaza y la guardé a escondidas antes de irnos para siempre. Me miro al espejo, borroso y gastado, y sólo veo tu reflejo. Quiero odiarte, lo intento de verdad, y ni siquiera eso calma mi bronca. ¿Alguna vez te voy a volver a ver?

¿Cuánto tiempo puede estar adentro del baño? Su “rincón preferido” no puede ser el baño. Es el último lugar de la casa al que alguien llamaría así. Diez minutos son suficientes, tal vez quince. Pero ella está horas. ¿Qué encuentra ahí de especial? Tiene una habitación enorme, decorada por ella, en la que yo nunca entro. ¿Por qué no pasa su tiempo ahí? Me esfuerzo por entenderla, y mis intentos siempre chocan contra la pared. Una y otra vez. “Laura, ¿estás bien?” es lo único que atino a preguntarle. En realidad quiero gritarle. Gritarle que salga, que hable conmigo, que ella también me grite, que se enoje, que me diga algo.

Ojalá fuera distinta. Quiero teñirme el pelo y usar siempre la misma ropa. ¿Cuándo me vas a mirar? También tengo fotos tuyas, claro que no sabés que te las saqué. A veces las miro, me gustaría que salieras de la imagen y me digieras “hola”. Sé que no va pasar, espero irme antes de acá. Este lugar es un infierno, necesito volver a Buenos Aires.

Apoyo mi espalda sobre la puerta del baño para escuchar más allá de la música, pero ningún otro sonido interrumpe el momento. Miro por la cerradura y el vapor es tan intenso que no distingo nada, salvo un destello que ilumina la habitación por un segundo. Ella no se despega de su cámara ni siquiera cuando se baña.

Esta foto mía dice que no encuentra las palabras exactas para hablar con la gente. No es lo mismo que veo en el espejo. ¿Qué soy? ¿Qué espero? No sé, me odio. Quiero decir tantas cosas, quiero gritar, quiero escupir mis sentimientos. ¿Por qué no es tan fácil como escribir una canción? Robert Smith podría interpretar mi vida en una sola melodía.

¡Fotos! Siempre le gustaron las fotos. Guarda una adentro de cada uno de los libros que ocupan la biblioteca de su habitación. Su preferida está en El resplandor de Stephen King, la vi una vez mientras limpiaba y el libro cayó abierto. Me paralicé al principio, con una mezcla de rabia y dolor, pero después lo entendí. Era su padre y eso no iba a cambiar nunca, por más lejos que nos mudáramos.

Qué horrible este empapelado. Lo arrancaría con las uñas y lo tiraría por el inodoro. Verde, plantas, ¿a quién se le ocurre? Igual no puedo dejar de mirarlo. ¿Qué habrá detrás de la pared? Imagino un lugar como el de Narnia en el que atravesás una puerta y hay un mundo distinto. Bueno, un poco nos pasó a nosotras, con la diferencia de que no atravesamos una puerta, sino un río.

Me levanto agotada, con la espalda todavía pegada a la pared. Camino lento hasta la cocina, con la expectativa de que Laura salga del baño y me responda, pero eso no pasa. Me detengo en el reflejo del ventanal. Tengo el pelo revuelto y ojeras de varias noches sin dormir. Acerco la cara un poco y me espantan las arrugas que cada vez se notan más. ¿Cuándo pasó tanto tiempo?


Me miro por última vez. Tengo que dejar de hacer esto. Cada rasgo, cada gesto, cada mirada en esta imagen me recuerda a vos. A vos y a esa noche calurosa de verano en que todo era silencio. Silencio que se partió en gritos, vidrios rotos, sirenas aturdidoras. ¡Pum! Y mis pies se empaparon en sangre.

Ailin Galiñanez





Ese tipo no me gusta 


Ese tipo no me gusta. Esa voz gruesa de tanto cigarro. Siempre haciéndose el amable y después llega a cualquier hora. Creerá que no escucho el tintinear de las botellas de cerveza que cada día lleva en su bolsa desde que se mudó acá. Yo no sé por qué le alquilan el departamento, y encima Ricardo está contento con semejante inquilino. Debe ser que él no vive acá y claro, ojos que no ven… Para colmo se hace el simpático con esos mocosos insolentes, debe detestar sus juegos sus gritos pero quién sabe qué intenciones tiene.
Son alrededor de las diez de la mañana, Hugo asoma al pasillo. Con alpargatas negras, remera azul y una bermuda gris oscuro. El pelo atado y el cigarrillo a punto de encender. Lleva una valija de herramientas de metal y las llaves de la camioneta en la mano.
Manuel patea insistente la pelota contra la pared. Su hermana Laura después de pedirle varias veces que lo haga más despacio se resigna a esperar el grito de Marta. Los padres de Laura y Manuel trabajan. Se abre la puerta del fondo y los dos hermanos corren a buscar a Luciano. Los tres se ríen, más fuerte al pasar frente a la puerta de Marta. Cuchichean y doblan por el pasillo. Luciano acerca el adoquín y de a uno trepan al umbral de la ventana entreabierta. En silencio miran. Tubos largos dorados y varias heladeras. Una computadora, un sillón y el televisor. La pava en la mesa y el mate al lado. Un encendedor naranja y unas libretas.
El llamado de la tía de Luciano y los tres corriendo, gritando de nuevo por el pasillo hasta el fondo. La tía preparó tres tazas de leche con chocolate. La radio suena. Laura sonríe y se sienta junto a Manuel. Luciano busca galletitas para compartir. Hay una biblioteca y la tía al descubrir  la mirada de Laura saca un libro, lo pone sobre la mesa y se sienta a leerlo mientras los tres escuchan alegres la historia.
Marta sale con el carro de hacer mandados. Lentamente, observando todo. Los chicos prácticamente la chocan. Pone cara de desagrado. La esquivan mientras ella expresa -maleducados-entre dientes.
No sé qué pensarán los padres, estos chicos todo el día en la calle. Solos o en la casa de esa mujer del fondo que vive con el que dice que es su sobrino. Esa anda en algo raro seguro. No trabaja y siempre compra regalos para ese maleducado. Recibe visitas extrañas y cartas de políticos. Quién sabe en qué anda. En el barrio dicen que a los padres los mataron por andar en política y que la hermana se suicidó después de tener a ese mocoso. Cómo no iba a llevarse bien con el pelilargo. Y eso que recién se conocen.
A las once y media Lucía y Manuel entran a la casa para ponerse el guardapolvo. Manuel tarda, se detiene en cada juguete, abre los cajones, mira las fotos. Lucía le pide que se apure. Manuel se queda con una foto. La que están con Luciano con las máscaras el día que vinieron al barrio a hacer juegos los amigos de la tía de Luciano. Se sonríe como si se trasladara a esa tarde que quedó congelada en la foto. Salen con las mochilas gastadas. Manuel tiene descosido el bolsillo derecho.  No hay nadie en el pasillo. Lucía se vuelve como si hubiera olvidado algo. Manuel corre a la ventana donde aún está el adoquín y sube.
Por qué habrá tantas heladeras. Un día voy a entrar. ¿Guardará gatos en  las heladeras? Todos los gatos que faltan en el barrio estarán ahí. En esa caja de llaves que tiene la tía de Luciano seguro hay alguna que abre la puerta. ¿Y si me descubre? Luciano podría ponerse en la punta del pasillo para avisarme si viene. Pero seguro no va a querer o le va a contar a la tía. Y además está Marta todo el día escuchando y viendo lo que hacemos. Mi gata Mini estaba siempre en el patio hasta que él vino a vivir acá y ya no la encontré. Mini desapareció como los abuelos de Luciano. Y en los cuadernos debe anotar y podré ver si está el nombre de Mini y los colores de los gatos que están en las heladeras. Puedo soltarlos a todos. Marta es fácil de distraer. Laura piensa que no es malo porque le regaló un cuento. Cuando fuma en el patio, de atrás parece un monstruo. Marta dice que es muy grande para usar el pelo largo y también dice que es un sucio. El libro de Laura es lindo, me lo presta pocas veces. Se lo dio un día que ella le preguntó que escribía en los cuadernos. Él dijo que historias pero para qué usa la camioneta vieja si escribe historias. Por qué anda siempre con la misma ropa. Me gustaría un libro como el de Laura pero yo no se lo voy a pedir.


Judith Piermaria




Los años después de aquel trato se me habían pasado volando, no me di cuenta de cuánto invertí en mi maldito futuro y ahora estoy acá, sin saber cómo escaparme. Pero de una cosa estoy seguro, hasta acá vas a llegar. No sos ni tan poderoso ni tan inteligente como te promocionan. Me cansé. Te odio. Me odio. ¿De qué puedo culparte? Yo te traje a mi vida, yo crucé el alambrado, yo tenté a mi suerte, yo acepté eso. ¿De qué me voy a culpar? ¿De ceder a la tentación? Era un pibe, un pibe ambicioso, soñador como cualquier pibe. Pero hasta acá llegó este tipo, hasta que llegó. No más tareas sucias, no más. Terminé siendo un esclavo, un esclavo rico. Prefiero ser pobre. Aunque… ¿hubiera sido tan amado sin su ayuda? Que sé yo, no hay que llorar la leche derramada. De qué sirve… yo no tuve la culpa. Yo no las maté, ¿o sí? Sí, yo dejé que las matara. ¿Cómo no me di cuenta que así iban a terminar las cosas? Todo iba de mal de peor. Yo no las maté, pero las amé, las deseé demasiado. Como deseé ser rico, rico y poderoso, rico, poderoso y amado. Amado por ellas, las mujeres más virtuosas del pueblo. Yo no las maté, pero miré para otro lado. ¿Y que podía hacer? No pensé que iba a llegar tan lejos, que iba a costar tanto mi bienestar. Ya no quedan pruebas que superar, no quedan tareas por cumplir. Pero hasta llegaste, a mi hija no la tocás, a ella no te la entrego ¿Me escuchaste? Te voy a pagar toda mi de deuda, así de una, flor de hijo de puta, toda, acá me tenés, tomá todo lo que quieras, la guita, la casa, el auto, agarrate mis tripas cuando salgan para afuera. Mi cadáver va ser tuyo, mi cadáver y todo lo que hay adentro. Sí, tomá, atragantate con mi alm y date por pagado. Que yo no te debo nada, ya hasta pagué los intereses. A ella no la vas a tocar.

Josefina Bodnar

2014
TRABAJOS A PARTIR DE PERSONAJE DE LA FOTO, ARMADO DE LA ESCENA, ATMÓSFERA, REGISTROS DISCUSIVOS, ESTRUCTURA.



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